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EDITORIAL. Vacuna Abdalá ¿un experimento pediátrico?

09 de septiembre. Desde el inicio de la pandemia, a finales de 2019, el Gobierno mexicano, y concretamente el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López Gatell, han ido a contracorriente de la comunidad científica internacional; tales fueron los casos de la resistencia a implementar filtros y restricciones para el ingreso a nuestro país de personas procedentes del extranjero; de la renuencia a aplicar pruebas para la detección del Covid-19 y a limitar la movilidad social para reducir los contagios; de los mensajes contradictorios y confusos sobre el uso del cubrebocas; y del retraso inicial en la aplicación de la vacuna, por mencionar solo algunos temas.

El de la aplicación de la vacuna anticovid a los adolescentes y niños merece mención aparte porque durante varios meses el Gobierno federal se opuso a vacunar a los adolescentes menores de 18 años, al grado que muchos de ellos tuvieron que recurrir a un juicio de amparo para que se les aplicara el biológico. De la misma manera, se opuso a la vacunación de niños de 5 a 11 años de edad, a pesar de que en la mayoría de los países del mundo ya se había aplicado la vacuna a este grupo de edad.  

En todos estos temas el Gobierno de México ha terminado por alinearse con las medidas establecidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las acciones adoptadas por la mayoría de los países, pero las decisiones que se han tomado han sido tardías y en algunos casos inadecuadas.

Este parece ser el caso del anuncio realizado este martes por el subsecretario Hugo López Gatell, en el sentido de que el Gobierno de México adquirió nueve millones de dosis de la vacuna cubana Abdalá para ser administradas a tres millones de niños de cinco a 11 años de edad, porque el esquema consta de tres dosis.

Esto ha provocado desconcierto y reacciones adversas de la comunidad científica nacional porque la Abdalá no se encuentra entre las 11 vacunas aprobadas por la Organización Mundial de la Salud; tampoco existen estudios que avalen su uso pediátrico, ni artículos publicados en revistas científicas sobre su eficacia y reacciones en menores de edad.

Hasta hoy la OMS solo autoriza el uso de las vacunas Pfizer y Moderna para su aplicación a niños y adolescentes. El uso de la cubana Abdalá no ha sido autorizado por el organismo internacional, ni siquiera para ser administrada a personas adultas.  

A pesar de ello, en diciembre del año pasado la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) aprobó el uso de la vacuna Abdalá en nuestro país, pero fue únicamente la dosis para adultos.

De concretarse el anuncio del subsecretario López Gatell, el de la Abdalá no sería el primer caso en el que nuestro país aplica a la población una vacuna no autorizada por la Organización Mundial de la Salud, pues ya lo hizo en el caso de la china CanSino, que fue administrada principalmente al personal del sector educativo cuando aún no estaba autorizada por el organismo regulador internacional, aunque finalmente este aprobó su uso.

Tampoco sería la primera vez que una instancia gubernamental mexicana utiliza como conejillos de Indias a miles de personas en temas relacionados con la Covid-19: el Gobierno de la Ciudad de México, que encabeza Claudia Sheinbaum, administró ivermectina a unas 200 mil personas enfermas, a pesar de que ese fármaco no está autorizado por la OMS para el tratamiento de esta enfermedad, y de que la Guía Clínica para el Tratamiento de la Covid-19 en México, elaborada por la Secretaría de Salud federal, advierte que la ivermectina no ha mostrado ningún beneficio.

Pero el caso de la posible aplicación de la vacuna Abdalá resulta aún más preocupante porque quienes serían utilizados como conejillos de Indias serían tres millones de niños mexicanos, quienes recibirían una vacuna cuya eficacia y posibles efectos negativos no han sido suficientemente estudiados, ni mucho menos probados.

Ojalá el gobierno mexicano dimensione la gravedad del caso y dé marcha atrás, porque nada justificaría que por una afinidad ideológica con el régimen cubano se prestara a lo que parece ser ni más ni menos que un experimento con nuestros niños.

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