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EDITORIAL. Cuando la quinta ola nos alcanzó

01 de julio. El 25 de abril pasado, al ligar varias semanas con un mínimo de contagios y cuatro semanas consecutivas con semáforo epidemiológico en color verde, la Secretaría de Salud federal dejó de publicar el Informe Técnico Diario de Covid-19, el cual había emitido durante más de dos años, desde el inicio de la pandemia, y lo sustituyó por un informe semanal. Sin embargo, el 7 de junio se vio obligada a reanudarlos al incrementarse los contagios como resultado de lo que diversos especialistas consideran la quinta ola de la enfermedad.

Para darnos una idea más clara de la situación actual baste mencionar que durante los 42 días que duró la suspensión de los reportes diarios se registraron en total 62 mil 502 nuevos contagios, es decir, un promedio de mil 511 diarios, mientras que en los últimos 23 días se han reportado 237 mil 175, esto es 10 mil 311 por día.

Tan solo este jueves la Secretaría de Salud reportó 24 mil 537 nuevos casos, la cifra más alta en todo el mes de junio y una de las más elevadas desde febrero pasado.

La situación que desde finales de mayo se empezó a vivir en el país ya nos ha llegado al estado de Oaxaca, a la Mixteca y a Huajuapan de León. En las dos últimas semanas la estadística de contagios, que durante varios meses había permanecido estática, ha vuelto a registrar movimiento; nuevamente se reportan contagios y casos activos de la enfermedad.

En menos de una semana, seis escuelas de educación básica de esta ciudad tuvieron que suspender sus actividades presenciales al confirmarse casos positivos de Covid-19 en cada una de esas instituciones, y al menos en tres ellas los casos se identificaron en el lapso de solo 24 horas.

Lo que hoy estamos viviendo era previsible, pues el aumento acelerado de los contagios ya se había registrado en gran parte del mundo, y los especialistas habían advertido que la quinta ola no tardaría en alcanzarnos. Nada ni nadie habría podido evitarlo, pero lo que sí pudimos hacer era retrasar su llegada para dar tiempo a que un mayor porcentaje de la población contara con un esquema completo de vacunación, y que se avanzara en la aplicación de la vacuna a los niños y a los adolescentes.

Desafortunadamente en el tema del combate al Covid-19 hemos marchado a destiempo y en algunos aspectos incluso a contracorriente en relación con la tendencia mundial y con las recomendaciones de los expertos. Mientras muchos países establecieron filtros e incluso cerraron sus fronteras, nosotros mantuvimos las puertas abiertas y sin ningún tipo de control; nos resistimos a aplicar las pruebas para la detección de contagios; enviamos mensajes contradictorios a la población sobre el uso del cubrebocas y la restricción de las actividades esenciales; y durante mucho tiempo nos opusimos de manera sistemática a vacunar a los niños y a los adolescentes. Pero lo hecho, hecho está, y ya ni llorar es bueno.

Ahora lo importante es entender qué está pasando actualmente y por qué está pasando. La respuesta es simple: estamos viviendo otro momento crítico porque hemos incurrido en un exceso de confianza que nos ha llevado a olvidar las medidas de prevención elementales como el uso del cubrebocas, la sana distancia y la reducción de la movilidad social. No hemos querido entender que las vacunas no nos hacen inmunes, sólo reducen el riesgo de que enfrentemos un cuadro grave o incluso la muerte. La diferencia entre estar y no estar vacunado no radica en enfermar o no enfermar, sino en convalecer en aislamiento domiciliario o hacerlo intubados en el área de terapia intensiva de un hospital.

No se trata de alarmar a la gente, como algunas personas pudieran pensar, sino de hacer conciencia en la necesidad de retomar las medidas de protección para hacer frente a un virus cuyas variantes no son menos peligrosas, aunque la creencia generalizada sea otra. Tampoco se trata de que la gente vuelva al confinamiento total, sino precisamente de lo contrario: de que retomemos y sigamos las recomendaciones de las autoridades de salud, de que asumamos nuestra responsabilidad, porque en caso contrario podríamos volver al encierro, a las restricciones, a la suspensión de las actividades no esenciales.

Ya pasamos por todo eso y las consecuencias las hemos sufrido todos: la crisis de la economía nacional, el cierre de empresas, la pérdida de fuentes de trabajo, el golpe brutal a la economía familiar. Nadie quiere eso; pero para evitarlo no hay sino un camino: volver a tomar en serio la enfermedad, no para vivir en el pánico y la paranoia, sino para aprender a vivir con ella, que no quiere decir hacer como si no existiera, sino actuar de manera responsable, cuidándonos y cuidando a quienes nos rodean para evitar la propagación del virus que desgraciadamente parece haber llegado para quedarse.  

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