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EDITORIAL. El cambio de semáforo al naranja

SRI-8

10 de julio. Esta semana varias entidades de nuestro país, entre ellas Oaxaca, pasaron de semáforo rojo al color naranja en el nuevo sistema implementado por las autoridades federales para determinar si es factible la reanudación de algunas actividades y la reapertura de instituciones, centro de trabajo y establecimientos que ha permanecido cerrados por causa de la pandemia del COVID-19.

Pero, contra lo que algunos pudieran pensar, el cambio en el color del semáforo no significa que todo regresa a la normalidad, como si nada hubiera pasado en nuestro país y en el resto del mundo en los últimos meses.

Con el paso al semáforo naranja se han distendido las medidas preventivas y han sido muchas las personas que han reanudado sus actividades adoptando exactamente las mismas conductas que antes del inicio de la cuarentena, sin tomar en cuenta que la vida del ser humano ha dado un giro de 180 grados y que nada volverá a ser igual que antes de la aparición del Coronavirus.

Es importante mencionar que si hoy en Oaxaca las autoridades estatales y las municipales han autorizado la reapertura de algunos establecimientos y la reanudación de algunas actividades, incluyendo en el caso del municipio de Huajuapan el retorno del personal de las diversas áreas del ayuntamiento y el restablecimiento de los horarios normales de atención al público no se debe, en lo absoluto, a que el riesgo de contagio haya pasado. Al contrario, el número de contagios y de muertes en la entidad y en la región se ha incrementado y se puede afirmar que hoy nos encontramos peor que cuando las autoridades tomaron la decisión de implementar diversas medidas restrictivas como parte de lo que en su momento se denominó “Jornada Nacional de Sana Distancia”.

La reanudación limitada y parcial de diversas actividades que estaban suspendidas o restringidas no se debe a que se hayan logrado avances importantes en el control de la pandemia, sino a que la situación se ha prolongado mucho más de lo previsto y todo parece indicar que va para largo, sino a que las afectaciones económicas, psicológicas y sociales han vuelto insostenible el prolongado confinamiento social.

Desafortunadamente la situación que hoy se vive en el país, en el estado y en nuestra región se debe a una serie de errores, contradicciones, omisiones y reacciones tardías por parte de las autoridades del más alto nivel, así como a la negativa de un gran número de personas a acatar las recomendaciones sanitarias, a quedarse en casa y a guardar la sana distancia.

Sabíamos desde el primer momento que el COVID-19 nos alcanzaría tarde o temprano, que era inevitable que el virus llegara a nuestro país y que provocaría miles de contagios y de muertes; pero si bien es cierto que nada ni nadie lo podría haber evitado, también lo es que se pudo retardar su llegada y se pudieron atenuar y reducir sus efectos. Sin embargo, en México fuimos y seguimos yendo a contracorriente en muchos aspectos, con respecto de las medidas implementadas en el resto del mundo.

Cuando ya el virus se había extendido a varios países europeos, dejando a su paso una estela de contagios y de muertes, en México tuvimos una reacción tardía, pues no fuimos capaces de implementar medidas tan elementales como la instalación de filtros sanitarios en los aeropuertos y puertos del país para detectar posibles contagios.

Por otra parte, mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha recomendado con toda claridad que se deben aplicar “pruebas, pruebas y más pruebas”, nuestras autoridades sanitarias repetían una y otra vez que no eran necesarias o útiles. Y más aún: cuando en todo el mundo se insistía en el uso del cubrebocas, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud del gobierno federal, Hugo López-Gatell se empeñaba en poner en tela de juicio su utilidad.

Si bien todo esto, aunado a publicaciones irresponsables difundidas a través de las redes sociales, incidieron en la proliferación de contagios y muertes mucho más allá de los pronósticos oficiales, no toda la responsabilidad es de las autoridades, pues lamentablemente muchos, muchísimos ciudadanos hemos sido corresponsables al no acatar las medidas preventivas.

Tal vez a quienes siguen sin creer que la pandemia es una realidad, y a quienes preguntan por qué los ciudadanos “de a pie” tienen que cumplir con las disposiciones sanitarias, cuando las autoridades no son capaces de acatar sus propias disposiciones, les asista al menos una pequeña dosis de razón.

Quizás no sean pocos los ciudadanos que siguen sin entender por qué, si las autoridades insisten en que “ya se aplanó al curva” y “ya domamos la pandemia”, el número de casos y de muertes sigue aumentando cada día. Y tal vez serán muchos los que se siguen preguntando por qué se autoriza la reanudación de diversas actividades, precisamente cuando los números nos dicen que estamos peor que al inicio de la cuarentena.

Pero no es el momento de repartir culpas, sino de asumir responsabilidades y actuar en consecuencia; y la nuestra, como ciudadanos, es cuidarnos y cuidar a nuestros seres queridos. Si no lo hacemos, nada habrá valido la pena, y estos tres meses de confinamiento no habrán servido de nada.

Actuar de manera irresponsable ante el cambio de color del semáforo de la pandemia sólo traerá como consecuencia que tengamos un nuevo brote de contagios y de muertes, y quelas autoridades tengan que ordenar nuevamente el confinamiento, esta vez con medidas mucho más estrictas; que volvamos al cierre de comercio, a los niños sigan sin poder volver a las aulas, y a que la economía termine de desplomarse. Sería muy lamentable volver al punto de partida.

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