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EDITORIAL. …Y lo peor está por venir

SRI-8

22 de mayo. Los actos delictivos van en aumento, pues quienes se dedican a las actividades ilícitas no dan tregua a los gobiernos, y mucho menos a los ciudadanos, quienes nuevamente son los principales afectados por todo lo que sucede en un país como el nuestro.

Los asaltos, los robos, las extorsiones, los asesinatos y demás delitos cometidos tanto por delincuentes comunes como por integrantes del crimen organizado son el pan nuestro de cada día, y lo graves es que al parecer no existe un antídoto contra esta ola de inseguridad que padecemos día a día todos los mexicanos.

La delincuencia se ha convertido en un sector imparable e inmune, no solo a las acciones de las autoridades, sino incluso a los virus, pues los maleantes no guardan la “sana distancia”, siguen saliendo a las calles a realizar sus fechorías; lo mismo ingresan a los domicilios para apoderarse de los bienes de quienes tienen la necesidad de salir a surtir su despensa o realizar un trámite, que se apoderan de vehículos de motor estacionados en la calle, o se dedican a extorsionar a los ciudadanos mediante llamadas telefónicas.

Y todo esto lo hacen sin temor y sin freno, porque desde hace mucho rebasaron a las autoridades de los tres órdenes de gobierno.

Para ejemplificar lo anterior, baste recordar que este fin de semana fueron robados tres vehículos en el transcurso de unas cuantas horas; y que en menos de un día se registró un intento de robo en el templo de San José, y un hombre fue exhibido por el bulevar Tierra del Sol al ser sorprendido al intentar robar en un domicilio de la agencia de El Carmen.

Ni la pandemia del COVID 19 ha logrado frenar a la delincuencia, que desde hace mucho tiempo, pero sobre todo desde hace un par de años, está desatada, sin que haya alguien que la pare, ya sea porque está coludidos con algunos servidores públicos, o simple y sencillamente porque las autoridades han carecido de la capacidad para ponerle un alto.

Tal parece que los delincuentes son, o al menos se sienten inmunes no sólo ante la ley, sino también ante el Coronavirus, pues mientras la gente se resguarda en sus casas, ellos salen a seguir haciendo de las suyas.

A pesar de la contingencia, los delincuentes han perfeccionado sus métodos; no así las autoridades, que no han logrado inhibir los actos delictivos.

En tiempos del Covid, no sólo tenemos que cuidarnos de esta terrible enfermedad, sino también de la delincuencia, que parece ser un virus igual o más dañino, y que al parecer ha llegado para quedarse.

La situación de inseguridad que vivimos es verdaderamente preocupante, y todo parece indicar que no se va a relajar; por el contrario, a las afectaciones que la pandemia ha traído en los aspectos económico, social, sicológico y familiar, habría que agregar el riesgo de un notable incremento de la delincuencia en sus múltiples formas, pero sobre todo en los delitos de tipo patrimonial como los robos, los asaltos y las extorsiones.

Los demonios se han desatado y parece que nos seguirá lloviendo sobre mojado, pues cada vez los delincuentes son más audaces y atrevidos, ya que se atreven a ingresar a los domicilios para apoderarse de los bienes ajenos, a pesar de que los ciudadanos están en casa.

Sin lugar a dudas, en México estamos viviendo uno de los momentos más difíciles no solo de lo que va del siglo XXI, sino de muchas décadas atrás, y lo peor es que esto apenas empieza, porque cuando en verdad se haya logrado aplanar la famosísima curva que sigue en ascenso, cuando el número de contagios y de muertes se haya reducido significativamente, apenas empezaremos a sufrir las consecuencias económicas y sociales de la pandemia.

Y una de ellas, como lo han advertido algunos expertos, no sólo será el riesgo de un rebrote de la enfermedad, sino también un aumento significativo de los delitos al término de la contingencia.

Los gobiernos tendrán que superar un gran desafío al volver a la “normalidad”: enfrentar un panorama incierto en materia de empleo, economía, educación y salud, pero también en el tema de la seguridad.

La “nueva normalidad”, como la ha denominado el presidente de la República, implica que nada volverá a ser como antes, al menos en el corto plazo: tendremos que acostumbrarnos a vivir de una manera diferente, a relacionarnos de diferente manera con nuestros semejantes; despertaremos de esta pesadilla en un mundo diferente, con una economía colapsada, un sistema de salud rebasado, un sistema educativo que tendrá que reinventarse.

Tal vez una de las pocas cosas que seguirán siendo iguales será el azote de la delincuencia, que se manifestará con mayor fuerza como resultado de la crisis económica que se vislumbra.

El de la inseguridad ha sido desde hace ya muchos años un pesado lastre para las autoridades, y todo parece indicar que lo seguirá siendo, aunque ahora lo será mucho más.

La nueva realidad en lo que se refiere al azote de la delincuencia requerirá de las autoridades un mayor esfuerzo, mayores recursos, nuevas estrategias, mayor capacitación para los integrantes de las fuerzas de seguridad; y esto tendrá que empezar “a la voz de ya”. Este tema no admite dilaciones ni titubeos; o se empieza a trabajar en este aspecto, o a la del Coronavirus se puede sumar una nueva epidemia: la de una inseguridad galopante que puede llevar a muchos ciudadanos a la conclusión de que no hay otro camino que hacer justicia por propia mano, lo que de ninguna manera sería deseable, porque nos haría retroceder a los albores de la humanidad, es decir, a la ley de la selva.

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