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EDITORIAL. A los amigos ¿Justicia y gracia… o solo gracia?

SRI-8

13 de diciembre. Esta semana un tema que ocupó los titulares de los medios impresos y los principales espacios en los electrónicos y en las redes sociales, no solo en México sino a nivel internacional, fue la difusión de un video en el que se observa al embajador de México en Argentina, Osar Ricardo Valero Recio, al ser sorprendido cuando robaba un libro en ese país.

Este asunto pudiera parecer intrascendente, pero de ninguna manera lo es: el robo cometido en el extranjero por un alto funcionario mexicano amerita una reflexión desde diversos aspectos.

En primer lugar, es importante mencionar que quien fue sorprendido en flagrancia no es cualquier hijo de vecino, sino el representante de México en otro país, lo que sin duda alguna afecta la imagen y el prestigio de nuestra Nación, por lo que más de un gobierno extranjero se habrá preguntado: “¿A qué tipo de personas envía México como sus representantes diplomáticos?

En segundo lugar, llama la atención la postura de diversos funcionarios y líderes políticos en relación con este tema, empezando por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien no solo resaltó la trayectoria intachable (hasta antes de este incidente) del embajador Valero, sino que justificó el hecho, argumentando que “todos cometemos errores”, que nadie es perfecto, porque la perfección sólo se encuentra “en la naturaleza y en el creador”; y no solo eso, pues pidió que no se linchara mediáticamente al diplomático y que “no se afecte, no se destruya la dignidad de las personas”.

A esta justificación se sumó la del siempre polémico diputado federal del Partido del Trabajo (PT) Gerardo Fernández Noroña, quien con todo cinismo respondió de esta manera a las críticas de una cibernauta por el robo del libro: “Si lo que estás diciendo es que nunca robaste un libro, no solamente es triste, sino además ridícula. Ridículamente burguesa, ridículamente puritana”.

Es decir, para el legislador hay que robar libros para dejar de ser “tristes, ridículos, burgueses y puritanos” ¡Vaya desfachatez!

Por supuesto que lo que cometió el embajador Valero no fue un simple “error”. Un error habría sido tomar un libro por otro, equivocarse de caja o de tarjeta bancaria, pero de ninguna manera esconder un libro entre las páginas de un periódico para no pagarlo.

Tampoco es un simple “descuido” o un “despiste”, como lo consideró la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. Un “descuido” o un “despiste” podría haber sido, incluso, salir de la librería sin detenerse en la caja; pero de ninguna manera se puede considerar como tal que haya pagado los discos compactos que llevaba y se le haya “olvidado” pagar el libro que llevaba bien escondido entre el periódico.

No hay que darle más vueltas al asunto: no fue ni un “error”, ni un “descuido”, ni un “despiste”, sino simplemente y sencillamente un robo; y quien roba es un ladrón, así sea un peso, muchos millones… o un libro.

Por si todo esto no bastara, el robo del libro ocurrió el 26 de octubre, y este hecho fue informado casi de inmediato al gobierno mexicano, pero este no hizo absolutamente nada, y mantuvo en el cargo al embajador. No fue sino hasta un mes y medio después, cuando se difundió el video en el que quedó registrado el robo, cuando el canciller Marcelo Ebrard le ordenó regresar a México, no tanto para sancionarlo, sino para evitar que sea llamado a cuentas por la justicia argentina, después de que la Corte Suprema de Justicia de ese país se pronuncie al respecto, por tratarse de un diplomático extranjero. 

No podemos dejar de lado que el presidente López Obrador tuvo como principal bandera de campaña acabar con toda forma de corrupción en el país, y como máxima suprema “no mentir, no robar, no traicionar”. Por eso sorprende ahora que pretenda minimizar este robo considerándolo un simple “error”. Entonces habría que preguntarse: ¿Dónde queda la Cartilla Moral que su gobierno difunde a diestra y siniestra, quebrantando incluso el Estado laico, al utilizar para tal efecto a miembros de iglesias evangélicas?

Bajo esa óptica, habría que justificar también a Rosario Robles Berlanga, a Emilio Lozoya, al abogado Juan Collado y al recién detenido Genaro García Luna, con los argumentos de que “todos cometemos errores”, de que “nadie es perfecto” y de que la perfección solo se encuentra “en la naturaleza y en el creador”.

Tampoco podemos dejar de recordar que el mandatario repitió hasta el cansancio que la corrupción se terminaría porque si el presidente era honesto, todos, absolutamente todos los funcionarios de su gobierno también lo serían.

A la luz de estos hechos, resulta que el presidente no es tan honesto o que no basta que él lo sea, para garantizar la honestidad de todos sus funcionarios. Todos los gobiernos y todos los partidos políticos están formados por seres humanos, algunos honestos y otros no. “De todo hay en la viña del Señor”. Está claro que la honestidad no se impone por decreto.

El presidente López Obrador tiene como uno de sus principales guías a Benito Juárez, a quien se atribuye la frase que reza: “A mis amigos, justicia y gracia; a mis enemigos, la ley a secas”.

Tal pareciera que el presidente la aplica, pero solo a medias, pues, en efecto, a sus adversarios políticos les está aplicando todo el peso de la ley a secas, pero a sus amigos sólo les concede la gracia, pues hasta hoy no se ha visto que aplique en ellos la justicia.

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