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EDITORIAL. ¡Ni una menos!

SRI-8

23 de agosto. La violencia contra las mujeres que se ha traducido en violaciones, maltratos, asaltos, secuestros, intimidaciones, discriminación, explotación sexual y acoso, entre otro tipo de agresiones, ha generado una serie de reclamos hacia los tres órdenes de gobierno, para que éstos pongan, de una vez por todas, un alto a todo este tipo de abusos y violencia.

Prueba de este hartazgo fue la marcha que realizaron el viernes de la semana pasada miles de mujeres que salieron a la calle para protestar por la violencia contra este género, y pedir que no sigan sucediendo más actos de agresión en su contra.

Este fue un movimiento conformado por miles de mujeres que alzaron la voz para exigir seguridad y justicia, en un país donde las autoridades no han tenido la capacidad de garantizar estos derechos a los millones de niñas, madres, hermanas, amigas, etcétera, que viven en el territorio nacional.

Cabe mencionar que de enero a abril de este año, mil 199 mujeres murieron a causa de la violencia de género, de acuerdo con cifras que reveló el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Es decir, en México una mujer fue asesinada cada dos horas y media por el único hecho de ser mujer; y eso sólo contando los casos de los que las autoridades tienen carpeta de investigación o al menos conocimiento.

En el caso de la región de la Mixteca, el Fiscal General del Estado, Rubén Vasconcelos Méndez, informó que de enero a la fecha se han registrado seis asesinatos en contra de mujeres, y cuatro feminicidios.

Estos números no se deberían registrar en pleno siglo XXI. Hoy las cifras, las noticias y los casos de agresiones han llegado a generar el hartazgo de las mujeres, lo que las ha llevado a salir a las calles y manifestarse de cualquier manera, con tal de que sean escuchadas.

Pero si bien es entendible y plenamente justificada su indignación ante la creciente ola de violencia en su contra, esto no justifica los actos realizados en la Ciudad de México y otras ciudades del país, donde al amparo de las protestas legítimas se causaron destrozos, se vandalizaron monumentos históricos, se dañaron edificios y comercios, se destruyeron patrullas de la policía, como en la ciudad de Puebla, y se registraron agresiones contra comunicadores, como el reportero Juan Manuel Jiménez, de ADN40.

Ante la condena que estos actos vandálicos generaron, algunas voces se han levantado para plantear un falso dilema: “¿Qué es peor, pintarrajear un monumento o violar a una niña? ¿Qué acto es más condenable, destrozar una patrulla o asesinar a una mujer?”.

No se trata de establecer qué es malo y qué es menos malo, o qué es peor y qué es menor peor; se trata de que ningún movimiento, por legítimo que sea, como en este caso el de las mujeres indignadas por la ola de violencia criminal ejercida en su contra, puede justificar que se atente contra los derechos y la integridad de terceros, y que se cometan delitos de manera impune.

Si en otros casos, como el de las autodenominadas organizaciones sociales, los sindicatos y las agrupaciones gremiales hemos sostenido que la legitimidad de una protesta no justifica ningún acto de vandalismo cometido al amparo de las movilizaciones, en el caso de las marchas de las mujeres no podemos pensar de manera diferente. Ni en este, ni en ningún otro caso, el fin justifica los medios.

Pero también es de justicia reconocer que, como ocurre en muchas movilizaciones de protesta, quienes causaron los destrozos no fueron sólo mujeres indignadas, sino personas infiltradas con ese propósito, en busca de objetivos distintos, como quedó demostrado por el hecho de que el agresor del reportero de ADN40 fue un varón, integrante de un grupo de choque perfectamente identificado.

En lo subsecuente, las mujeres que organizan este tipo de manifestaciones tendrán que ser cuidadosas para no permitir que personas o grupos ajenos provoquen nuevamente este tipo de actos que deslegitiman su movimiento, por demás, perfectamente justificado y justificable.

Y si bien apoyamos y exigimos se respete la libertad de expresión y de manifestación en nuestro país, lo que no debemos permitir, es que, bajo el amparo de cualquier argumento se violenten leyes o violen derechos de terceros; es decir que ante la presión o chantaje de estos grupos las autoridades encargadas de impartir justicia no hagan su trabajo al detener o castigar a las personas que participaron en los hechos vandálicos.

Es importante dejan en claro que la protesta por ningún motivo debe ser criminalizada ya que el reclamo es muy valioso; pero lo que si se debe castigar son los actos fuera de la ley hechos al amparo y bajo la protección del evento.

Hoy debe ser un ejemplo que las autoridades de verdad están cambiando el rumbo del país, simplemente aplicando la ley a quien la infrinja y no sigan haciendo caso omiso a estas arbitrariedades, porque de no respetar las leyes ellos mismos, no esperen que los ciudadanos lo hagan.

De no poner un orden estos actos vandálicos posteriormente pueden verse como algo normal dentro de una protesta o manifestación, para muestra un botón, ya que Oaxaca se ha convertido en una estado sin ley, pues desde el 2006 que iniciaron los bloqueos, manifestaciones, cierre de carreteras y demás arbitrariedades los gobiernos han sido omisos, dejando crecer los conflictos que hoy se han vuelto el pan nuestro de cada día, y que todos los oaxaqueños estamos pagando los platos rotos, porque en su momento no se puso orden y se aplicó la ley.

Pero los actos vandálicos del viernes pasado tampoco deben desviar la atención del verdadero problema: el de la violencia cada vez más creciente contra las mujeres.

Hoy las autoridades de los tres órdenes de gobierno deben atender el reclamo legítimo de quienes les exigen que asuman su papel, e implementen acciones verdaderamente eficaces para frenar esta ola de violencia y criminalidad.

Hoy no pueden poner oídos sordos a un reclamo que ya no proviene solo de las mujeres, sino al que se ha sumado prácticamente toda la sociedad: ¡Ya basta! ¡No más violaciones, no más violencia, no más acoso, no más asaltos, no más asesinatos de mujeres!

Hoy, más que nunca, nos unifica el grito de “¡Ni una menos!”

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